
Después de muchos años nos volvimos a reunir como lo hacíamos cuando éramos niños y nos subíamos al tren para vender el mecato que hacían en las casas.
Mamá Ligia estaba sentada cerca al fogón de leña, meneando el manjarblanco. Con mucha paciencia cogía la cagüinga (pala de madera) y le daba vueltas y revueltas para que no se pegara el dulce y nosotros, allí, pendientes de ayudarle porque la cocción demoraba tres horas y las personas se acaloraban mucho.
Mientras tanto, ella nos contaba las historias de su pueblo como lo solía hacer cuando éramos pequeños.
“El origen del mecato yumbeño se remonta a la llegada del tren en el año 1914. A principios del siglo XX nuestra comunidad era agrícola.
En cada manzana había cuatro pequeñas casas de bahareque y techo de paja y allí, en esos grandes solares, se cultivaban árboles frutales: guanábano, mango, papaya, níspero, guayaba, maíz, plátano y yuca.
También, criábamos animales domésticos y aves de corral, entre las que sobresalía la gallina de patio, apetecida por sus huevos de yema colorada, especiales para batir bizcochuelos.
Con la clara, agregando azúcar, limón y coco rallado, se preparaban los suspiros. También eran importantes las fincas ganaderas que quedaban cerca al río Cauca.
Las familias tenían dos o tres vacas cuya leche era utilizada para la alimentación diaria y para preparar el queso.
La que sobraba se utilizaban para preparar el manjarblanco. ¡El campo era nuestra vocación! Muchas veces quedaba algo de lo que cada familia producía, entonces lo intercambiábamos entre los vecinos.
Esta costumbre hizo que, aprovechando la llegada del tren, se pensaba en utilizar los recursos que nos proporcionaba el campo y la práctica que teníamos en la elaboración de distintos productos gastronómicos.
Como una alternativa económica con la cual se ayudaba al sostenimiento del hogar y a brindarles educación a nuestros hijos”.
Ligia hizo una pausa que aproveché para preguntarle ¿qué manjares integraban el mecato yumbeño?

Deliciosos manjares
“Había una gran variedad, sobresalían: el pandebono, la natilla, los bizcochuelos, las empanadas de cambray, el pandeyuca, el masato, el champús, el arroz de leche, los panderitos y los cuaresmeros, que se producían especialmente en la Semana Santa.
También se ofrecía una gran variedad de frutas. Posteriormente las familias se fueron especializando en determinados productos.
Por ejemplo se decía: el pan de las Quintero, el pandebono de las Sepúlvedas, los bizcochuelos de las Puentes, el cuaresmero de Aristóbulo, el masato de Don Pascual, la natilla de doña Edelmira, el champús de María Antonia, el pandeyuca de doña Alejandrina Puente.
Inicialmente el mecato se vendía en el tren de pasajeros, cuando las máquinas de carbón abastecían de agua en un charco llamado La Cortina, donde los niños venteros se iban a bañar.
La fama del mecato, llegó hasta los demás municipios cercanos, especialmente a Cali, de donde los compradores llegaban en sus berlinas, a las distintas casas donde se producía el mecato.
Una de las más visitadas era la de doña Leonor Sepúlveda, en toda la esquina de la estación; fue famosa, como ya les dije, por su pandebono pero también por el desamargado,, los suspiros y los pandeyucas.
Los caleños hacían largas filas los fines de semana, para degustar estos deliciosos manjares.”
Con el mecato yumbeño se formó una gran empresa que integró a muchas familias alrededor de estos productos, por esta razón el mecato yumbeño traspasó las fronteras.
La tradición mecatera ha quedado en manos de las hijas y nietas de esas grandes mujeres que deleitaron a propios y extraños a comienzos del siglo XX.
Se perdió el paso del tren diario de pasajeros pero, no se perdió la fórmula del mecato que tiene ya más de 100 años de tradición.
Texto original: Museo San Sebastián de Yumbo