Podcast: historias de la retreta del Parque Belalcázar de Yumbo

Texto tomado del libro: Pasado y Presente de Yumbo del escritor Hernando Cortázar S. El libro lo puedes adquirir en el Museo.

Ese lugar es testigo de lo que fuimos, somos y seremos. De niños nos apasionábamos cuando nos llevaban a jugar, correr y mirar el entorno y así ser conscientes de que existíamos; ahora, de viejos, buscamos en su inte­rior el lugar propicio para ver la mañana que llega y la tarde que se va, en compañía de otros que hacen lo mismo. A estas alturas de la vida ya tengo un sitio preferido en el alma del parque.

El parque ha visto, oído y ayudado a formar, como testigo presencial del devenir histórico, lo que hoy conocemos como Yumbo; espectador pasivo no solo del resguardo indígena sino también del cosmopolitismo étnico que hoy forma la municipalidad.      

Fue el lugar del pregonar de los edictos frente al templo; el rincón del palo de mangos donde la ter­tulia era obligatoria bajo el cobijo de su sombra maternal; el espacio para escuchar la banda de músicos, que de fiesta en fiesta o de retreta en retreta deleitaba al pueblo con aires de porros, pasillos, bambucos, marchas y polkas.

Lugar de reunión del pueblo para celebrar las fiestas patrona­les, con vacalocas y castillos que iluminaban las noches yumbeñas, llenas de jolgorio y algazara. Es­pacio de virtud durante la semana santa, con sus viacrucis, procesiones y matracas ; la llegada del peregrino , misas campales y las primeras comuniones.

 Actual parque Belalcázar

Escenario de la ineludible «vuelta al parque», ritual de amor y seducción que nacía durante la misa al furor de esa mirada furtiva que lanzábamos a la persona amada, y terminaba en el parque cuando la llevábamos de la mano y le hablábamos de cosas del amor mientras se le daba la vuelta al parque las veces necesarias hasta lograr ese tan esperado «te quiero».

Hasta hoy sobrevive el parque, sin las edificaciones que tiempo atrás fueron verdaderos iconos para los yumbeños, a saber, el teatro, la casa municipal, la escuela, el liceo comercial, La Caleñita, el 55 y otros monumentos ya perdidos en el recuerdo grato de aquellos que sintieron la yumbeñidad como un patrimonio histórico, unas veces expresado en palabras, otras en la visión eterna de las fotografías.

Nos queda el templo del Señor del Buen Consuelo, con sus torres tutelares y su reloj, que ha vuelto a marcar las horas señalando el paso inexorable del tiempo. Y la estatua de Fray Peña  que parece no comprender este presente, pues su mirada se pierde en las verdes lomas del entorno.

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