
Hablar de la abuela Leonisa y de manera muy especial de la abuela materna, es retrotraernos en el tiempo, y abrir ese pozo de sabiduría y enseñanza de estos seres.
Es conocer la historia de la patria, la familia y el entorno en donde se vivía. En esa bella y tranquila ciudad en la cual nací, Buga, la denominada ciudad Señora, transcurrían los días llenos de sorpresas y tradiciones que mi amada abuela día a día nos recordaba.
Vivos están mis recuerdos del gran solar de su casa, lleno de flores de Montenegro, árboles de zapotes, níspero, y algunos más.
Las Enseñanzas
Con Leonisa aprendí a tostar el café, a moler el cacao para hacer esas maravillosas bolitas con la cual se hacía luego el desayuno. Igualmente aprendí a pilar el maíz, y hacer ese maravilloso dulce de leche y azúcar conocido como manjar blanco.
Cabello entrecano, sonrisa afable y amorosa había siempre en su rostro, en las nochecitas reunidos al pie del radio, escuchábamos la famosa novela radial: El derecho de Nacer de Feliz B Cañeg, y al terminar, obligatorio el rezo del rosario y dar gracias al Señor de los Milagros por el día que ya transcurría.
Fue una de las mejores “sobanderos” de mi ciudad y a casa llegaban sus pacientes, unos con fracturas, otros con torsiones y esas amorosas manos, manejadas con gran maestría proporcionaban bienestar a sus dolencias.
De tarde en tarde nos contaba historias de hadas, de brujas y duendes que nos alegraban ese rato, con ella aprendí a remendar la ropa, a zurcir las medias rotas y a arreglar el ruedo de nuestros vestidos, a pegar los botones en la camisa de mi hermano o mi papá
Junto a Leonisa aprendimos mis hermanos y yo a jugar el naipe, parques, a hacer la comitiva, y hacer la ropa de las muñecas.
Era esta abuela un pozo de conocimientos y hasta ella llegaban mujeres embarazadas en busca de consejos que a escondidas muchas veces escuché, pues esos temas para los niños eran vedados.
Secretos naturales
Gran conocedora de las plantas medicinales con las cuales nos proporcionaba una salud total, recuerdo cuando nos purgaba para eliminar los parásitos de nuestro cuerpo.
Con una planta llamada paico, de sabor poco agradable y grandes retorcijones y fuertes diarreas, en las cuales decía ella, salían todas las lombrices de nuestro estómago.
Leonisa preparaba pomadas y remedios de diferentes plantas para calmar dolores
Todos los domingos muy temprano y con nuestra ropa de gala en su compañía marchábamos a escuchar la santa misa y dar una caminata por el parque para luego ir a casa a hacer los oficios y deberes del día.
Se gozaba de buena salud y excelente alimentación, hecha toda con amor, y productos frescos, cultivados gran mayoría de ellos en los grandes solares de las casas carentes de químicos y elementos dañinos para la salud.
Las enfermedades más comunes, la gripe, la cual se trataba con agua de panela caliente con limón y media tableta de mejoral, no se permitía el baño por temor a una bronquitis.
Nos daba sarampión, viruela o paperas y en donde había un enfermos con estas dolencias, se impedía el acceso para no contagiarse y expandir la dolencia.
Esos achaques se trataban encerrando al enfermo, evitando el viento y procurando una buena alimentación “para que tengas fuerzas para soportar esto” decía la abuela.
Amante de los animales, tenía algunas gallinas y cuidaba con gran esmero a su mirla sinsonte, la cual alegraba con sus maravillosos silbos las tardes que en su compañía pasábamos.
Mientras Leonisa cosía con gran esmero alguna prenda, nos enseñó a cantar algunas canciones para las niñas, tales como: Tengo una muñeca, Mambrú se fue a la guerra, A la rueda, y a leer las cien lecciones de historia sagrada y el catecismo, para prepararnos para la primera comunión.
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Comer sus comidas era deleitarnos con los mejores manares de la comida vallecaucana, que sancochos de gallina, que empanadas, y al llegar las navidades que maravillosas viandas estaba en la mesa, dulces, tortas, bizcochos, que con el correr de los tiempos se han perdido y son pocas las personas que los preparan como en esos tiempos.
Su otra ocupación hacer oraciones y novenas a diferentes santos pidiendo por las necesidades, de quienes iban en su búsqueda.
Recuerdo a muchas de esas señoras que muy engalanadas y en sus autos, conducidos por sus respectivos choferes, como se les conocía,
Llegaban hasta nuestra casa, y con angustia algunas otras con ojos llorosos, le decían: Leonisa vengo a ti a pedirte ores por mí, pues a ti te escuchan Dios y los santos y los milagros se dan prontico.
Sus últimos años los paso a nuestro lado y tengo vivido el recuerdo el día de su fallecimiento, alzó su brazo y nos bendijo a todos y se quedó dormida, en un sueño sereno y silencioso como fue su vida.
Por: Luz María Tenorio
