Por: Museo San Sebastián de Yumbo
Era la voz grave que salía del aposento principal de la casona vieja en donde horas atrás había fallecido uno de los patricios más importantes de Yumbo.
Después que el sacerdote aún sudoroso le había aplicado los santos oleos, lo había confesado y había ayudado “a buen morir”, como decían los viejos.
Cuentan los abuelos que para asistir a los funerales era obligatorio el traje oscuro. Las mujeres más cercanas al difunto concurrían con camándula en mano.
Relatan también que una familia era propietaria del ataúd y lo alquilaban a los deudos mientras iban a Cali a lomo de mula para comprar otro y restituir a sus dueños el que habían alquilado.
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La mayoría de las veces la gente daba cuenta del muerto por su apodo, sobre todo si se trataba de personas consideradas populares dada su afición al aguardiente.
En el salón del velorio, al fondo se hallaba un cuadro de la virgen del Carmen en el que se observaba en sus pies varios condenados que suplicaban por salvar su alma.
El rezandero con su vos grave recitaba la oración:
A la virgen del Carmen
La quiero y la adoro
Porque saca las almas
Del purgatorio